domingo, 20 de noviembre de 2011

TRANSFORMACIONES




Durante mi adolescencia odiaba -como casi todos- a casi todos los profes de mi colegio. Salvo a la de Literatura. Probablemente me gusta la literatura porque ella me enseñó a leer interpretando, no de una forma mecánica, y me enseñó también que hay muchas más cosas aparte de nombres de autores y títulos de libros. Tampoco odiaba al profesor de Manualidades: un alemán simpático, divertido, guapo, que nos gustaba mucho -sobre todo, a las chicas- y que en invierno llevaba un abrigo de piel de oso. En definitiva, alguien diferente, un ser carismático...


Estoy hablando de hace muchos años, pero un resto de la imagen de ese profe se quedó en mi mente, como los posos del café se quedan en la taza, y también su abrigo de piel de oso.


Tiempo después conocí a alguien que tenía el don de la palabra. Hay seres así, todos conocemos alguno. Da gusto escucharlos. Saben reírse cuando hay que reírse y hablar en serio cuando hay que hablar en serio. Él me contagió el gusto por muchos libros y me hizo leer a Marguerite Yourcenar, a Mishima y a Kavafis... Me habló de Pasolini y me acompañó a ver algunas de sus películas. Es cierto que escondía más de un secreto, pero eso entonces le hacía todavía más interesante a mis ojos... Su actitud, su manera de andar por la vida, dejó huella en mí y su impronta, grabada en mi cerebro, hace compañía al profe de Manualidades y a la de Literatura.




La frase gancho de mi novela "Llámalo X" -así llaman en las editoriales a esa frase publicitaria que aparece en la cubierta de algunos libros- dice "Los vínculos verdaderos no se rompen así como así". Es también la última frase de esta historia y no por casualidad.


¿Somos como somos, así, sin más? ¿Todo es producto de nuestros genes? Nuestros gustos, nuestras aficiones ¿han nacidos por sí mismas? Probablemente todos recordamos a alguien que en nuestra adolescencia, en nuestra juventud, nos hizo mirar la vida de otra manera...


En "Llámalo X" estas tres personas, gracias a la varita mágica de la literatura, se transformaron en un solo personaje: David, un profesor especial, carismático y que esconde un secreto. A través de la relación que establece con él, Carla, la protagonista, cambia y comienza a sentir curiosidad por las cosas. Una serie de intereses de índole cultural despiertan en ella. David es un revulsivo para la joven, la hace crecer y le obliga a hacerse preguntas. Nada nuevo por otra parte, la rueda sigue girando. Ah, y en este Madrid cada vez menos frío el abrigo de piel de oso adoptó la forma de un sombrero panamá. Solo eso. En los libros -y en la vida- los objetos son importantes y ese sombrero camufla mucho más que una calvicie, esa es la verdad.

sábado, 5 de noviembre de 2011

PROCESO DE CREACIÓN

Cuando se crean historias, desde mi punto de vista puede hacerse de dos maneras:
* Libros por encargo (también de uno mismo). No salen de dentro, son historias externas, ajenas. Desgraciadamente, hoy cada vez más funciona esta manera de escribir y muchos de los libros que se publican se hacen así. Y casi me atrevería a decir que muchos de los grandes bestsellers, de los libros de más éxito comercial de la actualidad, surgieron así en la mente de sus creadores.
* Libros que salen del corazón (o del alma): del interior de uno mismo, internos, sentidos. Para mí esta manera de crear es la más honesta, también la más enriquecedora y que lleva al mayor disfrute y, en ocasiones, incluso a la felicidad. Probablemente cuesta más de realizar y produce mayor dolor cuando no se consigue lo que se quiere; pero es la única manera de implicarte en el trabajo y hacer realmente lo que quieres hacer. La mayoría de esos libros, queridos, buscados, no tienen ningún apoyo de marketing, se pierden en los lineales y sus autores no alcanzan jamás notoriedad. Pero esa es otra historia...
¿Existe un método para "arrancarte" una historia del corazón? ¿Algo así como el método Strasberg del Actor´s Studio? Pues... supongo que cada escritor tendrá el suyo. El mío es algo caótico, pero efectivo. Por lo menos para mí.
Consiste en dejar que la mente vuele: hacia dentro -es decir, ir al cajón del cerebro donde se encuentran recuerdos, personas y hechos vividos- y hacia fuera -observar calles por las que pasas, fijarte en tiendas, examinar a las personas con las que te cruzas, leer, ver cine, ir a museos. Simultáneamente a esta fase debe producirse el proceso de anotar, anotar y anotar. Porque ¿de qué sirve pensar y observar todo lo que sucede a nuestro alrededor, si no fijas esos pensamientos y se te olvidan casi en el mismo momento de "crearlos" o, mejor, de "recrearlos"? Para ello conviene siempre llevar un bloc en el que anotar palabras comodín que sirvan de nuevo disparadero de pensamientos.
Y un día uno de los temas ha crecido tanto que te obliga a elegirlo y te pone en el brete de tomar decisiones. En el cuaderno -o en el archivo del ordenador- están ya el protagonista, el entorno, el marco de la historia, el antagonista... Y muchos otros flashes que, antes o después, acabarán apareciendo en el relato. Una vez que se tienen esos puntos principales, una vez que los protagonistas han crecido y se han hecho humanos -es decir, seres normales, ni héroes, ni modelos, ni estereotipos- y se les ha dado un nombre -y eso es importante, la única manera de que adquieran identidad y vida y tengan cara-, para que se produzca esa catarsis que te hace ponerte a escribir irremediablemente, hay que volver a recordar, a observar y a analizar, y, por fin, dejarse llevar. Ponerse frente al ordenador y comenzar a escribir... Ahí, uno cree liberarse de todas las cargas y comienza a tirar para delante. Sin embargo, todo sigue en tu cabeza, está ahí, latente, y sale cuando menos lo piensas. Se producen enormes casualidades de la mente que ni siquiera tú percibes hasta mucho tiempo después.
Luego, una vez que has volcado todo en el papel, con corazón y alma, el proceso debe ser de nuevo absolutamente racional, cerebral. Llega el momento de alejarte de lo escrito, de olvidarlo, para retomarlo tiempo después -tras meses, si puede ser- y releerlo con la cabeza, no con el corazón. Es época de corregir, corregir y corregir, leer en voz alta, diseccionar las frases un a una. Solo eso, nada más.