domingo, 20 de febrero de 2011

QUÉ SUERTE... ESTOY TRADUCIENDO

Qué suerte... estoy traduciendo un nuevo libro. Estoy disfrutando horrores transformando esa novela italiana en un libro escrito en castellano. ¿Por qué me gustará tanto este oficio? ¿Será porque es escribir también? No crear; pero sí, escribir, recrear. Y cuantos más giros idiomáticos, más frases hechas se me presentan, más disfruto. ¿Será que soy masoquista? Son pruebas que he de superar, enigmas con los que tengo que enfrentarme. Así que me siento como Atreyu superando etapas en Fantasia. Pero también puedo ser Sherlok Holmes cuando me toca investigar cosas sobre las que nada sé: el nombre de unas determinadas flores silvestres, cómo era la cota de malla que llevaban los caballeros de la Tabla Redonda -mejor Mesa, ¿no? Tabla es un galicismo, aunque está ya tan asentado... ¿Qué camino tomo, entonces?-, los personajes principales de las obras de Dickens o cómo funciona el mecanismo del London Eye de Londres... En fin, mil cosas, que me hacen apartarme del camino recto, dejar la novela por un rato y meterme por una bifurcación -navegar por Internet cada vez más, buscar en enciclopedias cada vez menos, esa es la verdad-. ¿Y después? Una vez llegada a la meta final, volver a empezar y pulir, pulir, pulir cuanto haga falta. ¿Mi única pretensión? Que disfruten los lectores como disfruté yo cuando leí el original. Y otra cosa, importantísima: que no descubran jamás mi presencia. Esa será la única muestra de que el libro está escrito en un correctísimo castellano que no les hará llevarse las manos a la cabeza cuando lean cosas como esta: "La señora cerró sus encortinados párpados", un ejemplo cualquiera de una traducción que leí no hace mucho, lo prometo. Pero, claro, ese trabajo de artesanía pide una dedicación de horas y horas, no estar pendiente del reloj ni de las páginas que es necesario traducir al día para poder alcanzar un salario acorde con nuestras necesidades -por lo menos, las más imperiosas-. La Asociación de Traductores da por hecho que hoy en día todos los traductores literarios deben recibir un porcentaje de los derechos de autor por los libros que traducen, pero la realidad es muy distinta y lo cierto es que la mayor parte de los traductores se conforman -¡qué remedio!- con una suma alzada: una cantidad -discretita- por página y pare usted de contar. Así que cuantas más páginas diarias, mejor. A destajo... y venga "párpados encortinados". O también "sus ojos parpadearon y achicaron el agua de su vista". Ahí es nada...