lunes, 30 de mayo de 2011

A SOLAS CON NUESTRO LIBRO

Feria del Libro el sábado, Feria del Libro el domingo. Calor, gente, alboroto, alboroto, alboroto. La palabra "feria" remite a alboroto; la palabra "libro" necesita sosiego y, sin embargo, aquí van de la mano. ¿Congenian bien el alboroto y el sosiego? Gracias a la fiesta, a la algarabía, a los payasos, a las risas, al famoseo de las casetas -por cierto, ¿dónde están los escritores? En la feria cada vez hay menos...- ¿se llega al libro? Parece que la industria cree que sí... Yo empiezo a tener mis dudas. Hay una tendencia a tratar de contagiar el gusto de la lectura a los niños haciéndoles creer que el libro es un instrumento para el juego, una constante diversión, una herramienta de socialización de la que todos pueden disfrutar en grupo. Pero, honestamente, creo que el festejo en torno al libro puede tener sentido si antes ha existido la serenidad suficiente para que el libro nos hablara a nosotros solos, nos desvelara su misterio, sus claves, con la paz necesaria para que nosotros -uno a uno- pudiésemos descubrirlo.
Ayer estuve en un acto de la feria por la mañana. Una reconocida autora de libros para niños leía algunas de sus obras mientras un músico estupendo acompañaba sus bellas palabras con melodías adecuadas. El resultado era hermosísimo. Y armónico. Y contagiaba amor al libro. Y hubiera funcionado en un recinto adecuado, insonorizado, que hubiera permitido la paz y la serenidad necesarias para deleitarse en la música, en la voz y la palabra. Pero hacía calor, el ruido era atroz, los padres y los niños iban y venían, y muy pocos prestaban atención. Cuesta sentarse y concentrarse cuando hay tantos agentes externos que invitan a la dispersión. Ayer, salvo la profesionalidad del músico y la escritora, nada fue como debía ser. Qué pena...
Por favor, juguemos con nuestros niños todo lo que podamos en la feria; corramos, saltemos, riamos, pero cuando lleguemos a casa con los libros en nuestras bolsas, hagamos una pausa, respiremos hondo, sentémonos y pongámonos a leer tranquilos, sin algarabía, sin ruido, a solas con nuestro libro. Solo eso.

lunes, 16 de mayo de 2011

EL ORGULLO DEL EDITOR



En el mundo actual, en el que hay tantos libros prescindibles, uno se siente bien cuando publica un libro diferente, especial; algo que se sale de la norma, que hace pensar, que hace crecer al lector. Eso es lo que queremos, eso es lo que deseamos los editores: ni bestsellers flojitos, ni más de lo mismo. Y eso es lo que ofrece "Ecos. Historia de los cuentos borrosos" de Paloma Sánchez Ibarzábal, un libro que me hace sentir orgullosa de la colección juvenil que dirijo en la editorial San Pablo. Un libro que recomiendo vivamente a todo aquel -sea joven o no tan joven- que quiera embebérselo o bebérselo a pequeños sorbos para deleitarse con ellos, para saborearlos, hasta llegar a un final redondo, sorprendente y, al mismo tiempo, logiquísimo.

RESEÑA
Es verano. Hace calor. Camilo está solo en su casa y no puede dejar de pensar en la reciente muerte de su hermano Chema. Sin saber muy bien por qué, comienza a escribir una novela, la novela de Clara y Juan Carlos, que a pesar de ser vecinos no saben apenas nada el uno del otro hasta que una tarde de verano sus mundos se cruzan por azar. Y, de pronto, en la novela de Clara y Juan Carlos aparecen cosas de la vida de Camilo. Y, de pronto, en la vida de Camilo suceden cosas que sus manos –como si tuvieran autonomía propia- han escrito previamente en la novela. Todo parece estar encadenado: los cuadros de Escher, las figuras de Lladró que van pasando de mano en mano y las personas que acaban convertidas en personajes. Porque “nada es lo que parece y todo siempre puede ser otra cosa que nunca sabes…”.
Un libro distinto a todo lo publicado hasta la fecha, que sorprenderá a los jóvenes adultos tanto como a los adultos jóvenes. Una excelente novela para todos, sin fronteras de edad. Y casi un libro de cabecera para los amantes de la escritura.