jueves, 12 de julio de 2012

En pleno siglo XXI ¿cuál debe ser el papel de un editor?



En el mundo actual, los vaivenes de la vida, la economía de mercado, la crisis, el marketing… han arrollado al editor de tal modo que le han obligado a reciclarse, a transformarse en un empresario forzado a actuar siguiendo por encima de todo los criterios de la cuenta de resultados. ¿Hay otro oficio en el que cultura y economía deban ir tanto de la mano? Probablemente no.
Para los editores “de siempre”, y más en el sector infantil y juvenil, hace unos años editar tenía un componente romántico y educativo importante. Uno se hacía editor para seleccionar y publicar libros de calidad, libros que no se limitaran a entretener sino que, por encima de todo, enseñaran a reflexionar, plantearan preguntas, educaran en valores… moldearan a los niños y los hicieran más personas. El destinatario, el lector estaba muy presente, pero el editor no pretendía únicamente acertar en sus gustos, sino que tenía la firme aspiración –¿algo ingenua, tal vez? Quizá… pero, en todo caso, muy honesta- de ir un paso más allá, tenderle una mano y ayudarle a crecer.
 Parece que el paradigma era creer en el oficio, amarlo, buscar libros que no fueran un título más, aspirar a dejar huella. Si se trabajaba así, las ventas vendrían dadas. Probablemente no serían masivas pero permitirían subsistir a esas empresas familiares que creían firmemente en la importancia de su labor.
Sin embargo, en cualquier encuesta que se le haga a cualquiera de los editores actuales, sobre todo si pertenecen a un gran grupo, será “ventas” la palabra que más nombrarán, la que lo dominará todo. No la calidad, no el crear catálogo propio; desde luego, no el crear lectores… Lo fundamental es vender libros, sea como sea y sean como sean esos libros.
Resumiendo: El editor del pasado era arriesgado, pensaba en abrir camino, apostaba por los libros de calidad, los que más le interesaban a él. Obrando así, conseguía lectores fieles a su catálogo. Sus ventas no solían ser masivas, pero como las editoriales eran por lo común pequeñas y con poca infraestructura podía sobrevivir. Y hasta era feliz.
El editor actual –del mundo desarrollado y en crisis permanente, por lo menos-, sobre todo si pertenece a un gran grupo, solo aspira a encontrar libros que se vendan. No pide más…, ni menos. Éxitos fáciles, que arranquen de las mesas de novedades a los libros de la competencia. Esos libros tienen cubiertas vistosas y, en muchos casos, cada vez más, en ellas no aparece siquiera el logo de la editorial. ¿Para qué si ya está desvirtuado? Anda bastante estresado y sufre en ocasiones de dolor de estómago.
¿Y el editor del futuro? Imaginemos que llega por fin el editor ideal: el que busca libros de calidad que se vendan. Todo un reto, y ¿utópico? Probablemente. Pero hermoso, en cualquier caso. Claro que los más pesimistas aseguran que, con la reconversión digital, no habrá editores en el futuro. ¿Un oficio a extinguir? Solo pensarlo produce tristeza…