viernes, 6 de diciembre de 2013

SABOREAR UN LIBRO

Entre los varios libros que he leído este año que termina está “El año en que me enamoré de todas”, de Use Lahoz. No me gustó. Es más, me enfadó. Porque yo, tras los tres libros que y había leído de este autor, había decidido erróneamente serle fiel. ¿Erróneamente? Sí, porque es impensable que todos los libros de los autores –incluso de los autores muy buenos- tengan el mismo nivel de calidad. Una verdadera ingenuidad por mi parte. Este último, a mi modo de ver, le salió frivolón, deslavazado… Imagino que en su urdimbre participaron elementos ajenos a la literatura. Eso no quita para que siga pensando de sus otros libros, los anteriores, lo mismo que escribí en la revista El Tiramilla cuando los leí en su día. USE LAHOZ, UN AUTOR PARA JÓVENES, UN AUTOR PARA ADULTOS En verano me gusta bajar a la playa, tumbarme en la toalla, cerrar los ojos y escuchar el rumor del mar. Así, con la suficiente serenidad para distanciarme de todo lo demás: risas, palas y pelotas al borde del agua, griterío… Solo así puedo atender a su murmullo y saber si está en calma, si lo mece la brisa, si sube la marea… Igualmente, cuando leo un libro –sobre todo, si me gusta-, llega un momento en que necesito distanciarme del argumento. Decir “basta” al devenir de la acción, para alejarme, y reposadamente escuchar lo que me dicen las palabras: el rumor del libro, su música, su ir y venir. Considero que no es escritor el que inventa historias exclusivamente, sino el que, además, les da forma, las modela como el artesano el barro. El verano me ha permitido saborear una novela de Use Lahoz, “La estación perdida”. Entre las muchas curiosidades de este libro, me he encontrado en sus páginas, así como de pasada, a Jenaro Baldrich y a su empresa –Sandro Carnelli-, los dos pilares en torno a los que giraba “Los Baldrich”, la primera novela que leí de Lahoz. Saborear es justo la palabra… Un argumento interesante, por supuesto, el que encadena la vida de Santiago Cádiar, un pobre hombre que nace en un pueblo de Aragón que ni siquiera viene en los mapas, pasa por Zaragoza, Barcelona, y acaba sin saber muy bien por qué emigrando a Uruguay. Un hombre que se empeña en buscar sus raíces en el ancho mundo cuando estas están en su casa y en su aldea. Una personalidad complicada la de ese protagonista: un ser bueno, trabajador, y al mismo tiempo, un bala perdida, un insensato al que lo mejor que se le puede decir es que es una “Antoñita la fantástica” en toda regla. Apuntalado de principio a fin por una mujer, Candela, que, sabedora de todas sus imperfecciones, no tiene más remedio que mantenerse firme y a su lado porque él, pese a todo, es el hombre de su vida. ¿Es una historia que suena a conocida? Puede ser… Muchas historias pueden ser similares, pero la forma de contarlas siempre es distinta. Y aquí es donde entra la palabra saborear con toda razón de ser, porque el autor me ha obligado a releer, a subrayar determinadas frases, a leer en voz alta párrafos enteros para reflexionar, para sentir la música del libro, para percibir con un nudo en la garganta un destello de emoción. Así que ahí estaba el pulso narrativo del autor, que, con sus comentarios irónicos, sus descripciones, sus flashes poéticos, me llevaba de la España profunda de la posguerra a los años sesenta, de la transición al destape, a la democracia… En fin, a la madurez de un personaje que apenas cambia, porque sigue siendo el mismo niño infeliz de sus comienzos. ¿Influencias? Posiblemente, pero bienvenidas sean si un autor consigue escribir un libro así. Delibes, Cela, Almodóvar, Mendoza, sí, pero por encima de ellos Lahoz, un autor asentadísimo a pesar de su juventud. Cuando acabé las más de quinientas páginas del segundo libro de Use Lahoz que leía, y lo hice con el mismo buen gusto de boca que la primera vez, me pudo la curiosidad. Sabía que el autor había hecho también una incursión en la literatura juvenil. ¿Cómo sería esa novela titulada “Volverán a por mí”, escrita a dos manos con Josan Hatero, con la que ambos obtuvieron el Premio La Galera Jóvenes Lectores 2011? Un premio, además, en el que participan activamente, como miembros del jurado, los lectores adolescentes. Así que no me quedó otra que hacerme con un ejemplar y leerlo también. Sin duda era un experimento, trataba de encontrar los párrafos que pertenecían a uno y a otro autor, y trataba, por encima de todo, de escudriñar la obra casi con lupa y entrever en esa novela de género fantástico, ambientada en un internado demoníaco que pretende enderezar personalidades rebeldes, al Lahoz de “La estación perdida”. ¿Lo conseguí? Pues… en el libro hay varias voces narrativas y primero pensé que los autores se las habrían repartido. ¿Quién sería Greco y quién Iris? ¿Quién sería Giulietta y quién John Stewart? Misterio… Confieso que siempre me han producido admiración los autores capaces de escribir un libro a dos bandas. ¿Cómo logran ponerse de acuerdo? ¿Cómo aceptan lo del otro por encima de lo suyo? Los veo en mi mente trabajar como los guionistas de las series, conversando mucho, enriqueciendo las ideas a base de puestas en común… Hasta ahí todo va bien, pero luego, cuando llega la hora de escribir, ¿qué sucede? ¿Qué estrategia siguen para llegar al consenso? En cualquier caso, mi experimento no funcionó, por lo menos no del todo, porque tanto el argumento como la forma están tan bien trabados que no supe distinguir a Lahoz de Hatero. Pero sí confirmé que los escritores, cuando escriben para adultos, escriben sobre todo para sí mismos. Sin embargo, si lo hacen para jóvenes, tienen más presentes a sus destinatarios, y también que desbrozan y pulen, quitan todo lo innecesario, desnudan las frases hasta ir a lo esencial. Y eso también es un estilo. Y finalmente me encontré con una protagonista fuerte que se sacrifica por su chico, como la Candela de “La estación perdida”, y también con una serie de frases, no sé si de Hatero, de Lahoz, o de ambos, que se instalaron en mí y me hicieron meditar. Chispazos como las dos últimas frases del libro: “Porque sé que los monstruos existen. Y también sé que, antes o después, volverán a por mí”, una frase que indefectiblemente me llevó al pobre Santiago Cádiar y a los monstruos que, por más años que va cumpliendo, no puede quitarse de encima. Ojalá los adolescentes hagan el viaje inverso al mío, vayan de “Volverán a por mí” a “Los Baldrich” y, de estos, en su momento, a “La estación perdida”. Al fin y al cabo, esa es una de las responsabilidades de los autores que escriben para jóvenes: provocarles la suficiente curiosidad y el suficiente interés para que vayan subiendo peldaños. Marinella Terzi

lunes, 11 de noviembre de 2013

LA CHISPA QUE PRENDE

Qué curiosa es la mente humana… En abril de 2012, a raíz de la aparición de mi novela juvenil Falsa naturaleza muerta, escribí (ver la entrada Largo recorrido de este mismo blog): “Soy incapaz de recordar cuándo nació la primera idea, y por qué… y dónde estaba yo en aquel momento. ¿Cómo nace un libro?”. Pues bien, hace unos días, en un colegio de Madrid, durante un encuentro con lectores de la novela, en 3º de Secundaria, tuve una revelación. Así, tal cual. Para ambientarnos, les proyecto distintas imágenes, sobre todo cuadros, porque el libro habla mucho de pintura. Y, de pronto, al aparecer en la pantalla Mimetismo de Remedios Varo, que tiene su importancia en el argumento de la obra, lo vi todo claro. Allí estaba esa mujer, sentada en su butaca, mirándome. Ella, su pasividad, era la semilla. Ni más ni menos. Me vi a mí misma en 2002, en México, entrando en el Museo de Arte Moderno de la ciudad casi por casualidad, sin más fin concreto que llenar unas horas libres. Llevaba una chaqueta azul, ahora lo sé, y recorrí salas y salas hasta llegar a las de Remedios Varo, una pintora española, surrealista, que hasta entonces –lo confieso- no conocía. Su mundo aparentemente mágico, aparentemente ingenuo, sugerente, triste, me impactó. Y entre todos sus tesoros, Mimetismo me dejó noqueada. Ese fue el principio de Falsa naturaleza muerta. Ahora, once años después, lo sé sin ni un ápice de duda. Si no hubiera viajado a México, si no hubiera entrado en el museo, si mis ojos se hubiesen quedado prendidos en otro cuadro, no en Mimetismo; si… Hoy no existiría Falsa naturaleza muerta, por lo menos no existiría como es ahora. Por eso, siempre lo digo en mis charlas, una de las claves para escribir es observar. Observar hasta que algo o alguien te impacte tanto, que se aposente en tu cerebro y un día, tal vez años y años después, salte y prenda la chispa. No hay más.

sábado, 2 de noviembre de 2013

EL LIBRO INVISIBLE*

X disfruta escribiendo. Siempre ha sido así, desde niño. Necesita expresar lo que bulle en su interior. Tiene ideas, es ingenioso, y sabe plasmarlas ante la pantalla del ordenador, y desarrollarlas, que es mucho más difícil. En el taller literario al que acude regularmente le dicen que trate de publicar sus cuentos, que pruebe por lo menos. Sus compañeros están convencidos de que tiene posibilidades. -Tus relatos son sorprendentes, mantienen la atención del lector de principio a fin. Cuántas veces leemos libros que terminan defraudándonos, y de autores consagrados, pero tus textos en cambio… X calla, no es muy hablador, pero en realidad lleva años enviando todas sus obras a distintas editoriales. Casi nunca ha recibido respuesta de ninguna y, si la ha recibido, ha sido en una carta tipo: “Lo sentimos pero su obra no encaja en ninguna de nuestras colecciones”. Sin embargo, X persevera y un día se produce el milagro. Y se produce, además, con una novela larga. En la editorial -pequeña, independiente y seria- un editor entusiasmado le dice que ha escrito un buen libro y que está dispuesto a publicárselo. X sueña con tener su primera obra entre las manos y, cuando la tiene un año después, no puede creer que sea la suya: a pesar de que es su nombre el que aparece en la cubierta, debajo del título, que increíblemente es también su título. Quince días después de la llegada de los ejemplares a su casa, X comienza a pasearse por las librerías de su ciudad. El editor le ha dicho que debe esperar dos semanas para que la novela esté distribuida por todo el país. X es prudente y se niega a hacer caso de esa imagen que, juguetona, se pasea por su cabeza: mesas de novedades cubiertas de pilas de su novela, manos que cogen ejemplares, pilas que decrecen y se reponen constantemente. No, él sabe que el mundo –por lo menos el literario- no funciona así. Sin embargo, su mente sigue jugando con él y no puede evitar esbozar una sonrisa de alegría contenida. Camina con paso más seguro y entra en la primera librería. Se trata de una librería grande, que pertenece a una cadena. Es primavera y la mesa de novedades está rebosante de libros: novelas de autores consagrados, mediáticos, escandinavos… Pero a él la vida no le ha dado todavía la oportunidad de ser consagrado –tal vez con el tiempo, aunque lo duda…-, ni tampoco es mediático porque se limita a trabajar en un ministerio y no despunta como cantante ni tiene gracia para contar chistes o sus líos de cama, si los tuviera, y desde luego no es escandinavo, eso lo sabe a ciencia cierta. El jarro de agua fría que ha congelado su sonrisa se endereza de nuevo y se queda suspendido en el aire cuando X descubre que en la mesa también hay novelas de escritores que no conoce. Los nombres de sus autores no son sonoros: apellidos normales, sin reminiscencias extranjeras, tan anodinos como el suyo. Sin embargo, tienen derecho a estar ahí, ¿por qué? Levanta los ejemplares y los estudia uno a uno, con detenimiento. Las cubiertas son brillantes, los diseños vistosos. Las ilustraciones muestran castillos derruidos, brumas, seres en sombras… Se da de narices con unas cuantas alas, que podrían ser de cisnes pero también de ángeles, y con mucho color rojo, rojo sangre. Comienza a leer los textos de algunas contracubiertas, de algunas solapas… Vaya, casi todas parecen novelas históricas con elementos fantásticos y mucho thriller. Es evidente que su novela no tiene nada que ver con esos temas. Es lógico que no esté allí. Y casi se alegra por haber escrito algo distinto, novedoso. X opta por acudir a otras librerías y en su largo peregrinaje pasa por grandes almacenes, por librerías/papelerías, por pequeñas tiendas de barrio y, finalmente, acude a una librería que conoce bien porque ya iba a ella de pequeño, con su madre. Sabe que es un negocio -¿negocio?- familiar por el que han pasado ya tres generaciones de libreros, todos ellos enamorados de su profesión y de los libros. Ahí, X, que hasta el momento no ha encontrado ni un solo ejemplar de su novela, se decide a preguntar, sin darse a conocer por supuesto. Al oír el título al librero se le ilumina la expresión y rápidamente lo lleva hasta una estantería donde, en la X de X, asoman los dos centímetros escasos del lomo de su obra. -Es una buena novela, se lo garantizo. La he leído, le gustará -dice tendiéndole el libro. X lo coge casi con respeto y no se atreve a responder que la conoce bien porque es su autor. Pero sí osa preguntar por qué no se halla entonces en la mesa si es novedad. El librero le mira interesado y le habla de que no hay sitio para ella en la mesa, de que a la mesa llegan tan solo unos pocos títulos de los ochenta mil que se publican cada año. -¿Qué hay que hacer para estar ahí entonces? -pregunta X sintiéndose infantil, ingenuo y ridículo, todo a un tiempo. -La gran mayoría de la gente que entra en la librería demanda títulos que están ahí. Van y los cogen sin problemas. Vienen a tiro hecho, a buscar el libro del que han oído hablar en la tele o en la radio, o el que les ha recomendado un conocido. Y siempre son los mismos, esos, los de moda. “Los de moda, los de temporada… como la ropa”. -Este mundo globalizado, ya sabe… -acaba sentenciando el librero-. Las editoriales promocionan solo unos determinados títulos, los que para ellos tienen más posibilidades de alcanzar buenas ventas, posiblemente porque son los más convencionales o los más fáciles. Oímos hablar tanto de ellos que todos acabamos comprándolos. Es una venta segura, y por eso están ahí. Pero hágame caso, llévese este. No le va a defraudar. X acepta. ¿Cómo decir que no a un librero tan amable? Y sale de la librería con su libro envuelto en papel gris. En casa desenvuelve el libro y lo pone junto a los otros quince que tiene en la caja de cartón que le envió la editorial. Quizá el librero le eche un cable y vuelva a reponerlo en la estantería, quién sabe. Tal como están las cosas, no pide más. Luego, empieza a hacer una lista de los amigos a los que regalarle la novela. Encontrar a tantos amigos lectores no es sencillo, no señor. La historia de X está basada en hechos reales y se asemeja mucho a la tuya y a la mía, y a la de la gran mayoría de los escritores que no son ni consagrados, ni mediáticos ni escandinavos. Pero X, y todos nosotros, a pesar de los avatares del destino, somos optimistas por naturaleza, o será que creemos mucho en la belleza de esta profesión… y, por eso, queremos pensar que la red ha venido en nuestra ayuda al transformarse en una enorme ventana a la que asomar nuestras obras, las de todos, para que los navegantes logren descubrirlas por medio de la lente de sus catalejos, las saquen de la invisibilidad y les den la oportunidad que se merecen. ¿Será así? Ojalá. Por X, por nosotros y por la literatura... *Artículo publicado en la revista EL TIRAMILLA,ya desaparecida

miércoles, 16 de octubre de 2013

LOS PREMIOS LITERARIOS


A lo largo de los años he participado como jurado en varios premios literarios. Unos convocados por editoriales; otros, institucionales. Los primeros premiaban una obra. Los segundos, la trayectoria, la carrera de un escritor. Siempre he intentado ir preparada a los premios. En el primer caso, leyendo todos los originales que se presentaban –en ocasiones, varias veces- y preparando argumentaciones a favor de mi “seleccionado” y en contra de los que no me gustaban por si otro miembro del jurado se enamoraba de alguno de los que a mí no me parecían dignos de recibir el galardón. Es decir, obrando honestamente. Esa creo que es la única manera de acudir a una reunión así. Sobra decir que no siempre ha salido beneficiada mi primera opción, pero sí la segunda o la tercera. En ese sentido, no me puedo quejar. Nunca he pensado que el resultado era una aberración. Y, desde luego, nunca me he sentido mal porque había peleado por lo que yo defendía y mi conciencia, por tanto, estaba tranquila.

A mi modo de ver, ir preparada a los premios que eligen a un autor por toda su trayectoria es más difícil. En esos casos, debería ser obligatorio estar al corriente de toda su obra y, evidentemente, eso no siempre es factible. A pesar de ello, creo que mi nivel de conocimiento no anda mal del todo: me gusta estar al tanto de lo que se va publicando y, antes o después, voy leyendo libros de los distintos escritores. Es decir, intento estar al día. Sin embargo, me he dado cuenta de que no todos los miembros de esos jurados actúan de la misma manera y en ocasiones –demasiadas, diría yo- se guían por motivaciones ajenas a la literatura: la cantidad de lectores que tienen los autores candidatos, su presencia en los medios, la promoción que se les hace o que un premio vaya a ser más visible porque el premiado ha dejado de ser un “simple” autor y se ha convertido en un personaje mediático… No sé, no me gustan estas condiciones… Creo que tienen que ver muy poco con la literatura. A mi modo de ver, obrando así los premios se desacreditan.

Me gustaría que la gente, desde fuera, comprendiera que un jurado no es un ser compacto. Se compone de un número impar de personas, que piensan de distinta manera. Se argumenta, se pelea. Y, por fin, se vota, y sale un resultado por mayoría. Ojalá fuera siempre por unanimidad.

Hace unos días participé en una reunión así y, por primera vez en mi vida, triunfó una opción que no tenía nada que ver conmigo, con la forma que tengo yo de ver la literatura. Me sentí apenada, tristísima… Salí con un nudo en el estómago y todavía lo tengo. Sé que había una larga lista de autores que tenían todo el derecho del mundo a obtener ese premio, merecidamente. Mi conciencia está tranquila, sé que hice todo lo que pude, pero mi estómago sigue revuelto.

Por cierto, desde aquí quiero felicitar a César Mallorquí por su merecidísimo Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

martes, 11 de junio de 2013

CHISPAZO EN LA FERIA DEL LIBRO


Ocho y media de la tarde. Segundo día de la Feria del Libro de Madrid. Imposible acercarme a Laura Gallego. Entre ella, apostada en la caseta de una librería, y yo hay una muralla de cuerpos. La cola de chicas y chicos, domeñada por las vallas amarillas del Ayuntamiento, serpentea bajo los árboles centenarios del parque. Dicen que los jóvenes no leen. Dicen que no tienen interés por casi nada. Dicen… En su mayoría van vestidos de negro. No puedo evitar pensar en Kirtash, la serpiente, uno de los tres protagonistas de Memorias de Idhún.

Laura, con su tenacidad habitual, firma dedicatorias de una página. La cola crece… y el tiempo avanza.

Sin embargo, siento un chispazo en mi cabeza y en mi memoria el tiempo retrocede. Quince años.

La desesperación comenzaba a adueñarse de mí. Cajas de cartón llenas de originales. Cientos y cientos de páginas impresas que me contaban las historias de siempre. Planas, aburridas. De pronto, conocí a un monje que trataba de salvar un manuscrito de un incendio, y sobre todo… sobre todo, conocí a un juglar -Mattius-, que era un hombre hecho y derecho, y, además, de carne y hueso. Había vivido mucho y, por tanto, se había vuelto escéptico y algo sarcástico. Pero, pese a todo, acababa poniendo los ojos en una mujer, que, por cierto, a pesar de vivir en el Medievo, no se limitaba a estar de adorno, sino que participaba activamente en la historia. Y los tres viajaban por la vieja Europa mientras el tiempo corría inexorable hacia la última noche del año 999… Vaya, un libro extenso, que me leí de una sentada. Sin que la obra decayera ni un instante, como ocurre muchas veces cuando hay un comienzo excitante y el listón está muy alto. No. Aquel original mantenía su buen nivel de principio a fin.

Respiré. Estaba a años luz de todo lo que había leído hasta entonces. Con una novela tan magnífica como aquella tenía la seguridad de que el premio El Barco de Vapor de 1998 no iba a quedarse desierto. Bien. Entré en el despacho de la entonces directora de narrativa de la editorial, con una sonrisa en la boca. Feliz. Había encontrado un libro de calidad. Algo muy especial, que no me recordaba a ninguno de los autores de literatura infantil consagrados del momento. Sin embargo, la obra estaba hecha con gran profesionalidad, se veía que era de alguien con años a su espalda, eso sí. Y, además, me olía a hombre.

En fin… el libro ganó el premio, por supuesto. Pero resultó que el hombre era una mujer y de tan solo veintiún años. En eso me equivoqué. ¿No era una profesional, entonces? Claro que sí. La profesionalidad se la habían otorgado todas las novelas que llevaba escritas desde los once años y que culminaron en aquel Finis Mundi tan mágico, que ya se quedó para siempre prendido de mi corazón.

Gracias, Laura, por proporcionarme uno de los momentos más dichosos de mi vida profesional; lo mejor que desde mi punto de vista puede ocurrirle a una persona que ejerce el hermosísimo oficio de editor.

La cola sigue su curso. Laura solo levanta la vista del papel para agradecer a los lectores su presencia.

Me voy a casa con una sonrisa en la boca. También hoy.




sábado, 18 de mayo de 2013

JUGAR ES ALGO MUY SERIO


En los encuentros que mantengo en los colegios siempre digo a mis lectores que, de pequeña, jugar era lo que más me gustaba hacer. Ellos sonríen como diciendo "a mí también", pero intuyo que, al mismo tiempo, piensan que eso es poco serio para una escritora. Enseguida les explico que no me refiero a jugar al fútbol o al parchís sino a inventarme historias, a transformarme por el arte de la imaginación en otra persona: a veces exploradora, a veces pirata...
Me veo a mí misma en el cuarto de jugar, con mi capa azul de enfermera reconvertida en capa de espadachín medieval, o navegando sobre un almohadón de flores por el largo pasillo-río de mi casa. Esos fueron los momentos más mágicos de mi infancia, sin duda alguna, y la semilla de todo lo que vino después, estoy segura.
Escribir es jugar, es permitirnos a nosotros mismos seguir jugando toda la vida, por muy mayores, muy sesudos y muy responsables que debamos ser. Eso trato de transmitirles: el enorme privilegio que representa poder mudarte en otro, creerte firmemente protagonista de otras historias distintas a la tuya, la real. Y sin necesidad de ninguna varita, tan solo con el poder de tu cerebro. Eso hacemos los autores, como los actores de teatro, y eso hacemos los lectores  también cuando un libro nos atrapa tanto que olvidamos nuestro propio ser para adoptar el rol del personaje central. ¡Hop! Un salto y ¡adentro! A gozar... o a sufrir... Pero siempre, a ponernos pruebas, para tratar de superarlas, para alcanzar metas. Desde niños.

martes, 2 de abril de 2013

Día Internacional del Libro Infantil

Coincidiendo con la fecha del nacimiento de Hans Christian Andersen, hoy se celebra el Día Internacional del Libro Infantil. Es la "excusa" perfecta para dedicar un tiempo a nuestros niños y:
* contarles cuentos,
* leerles en voz alta,
* mirar ilustraciones con ellos,
* visitar bibliotecas,
* ir a las librerías,
* regalarles libros...
Y, en fin, hacer todas las actividades en torno a los libros que se nos ocurran.

Adjunto el poema que Pat Mora, escritora norteamericana, ha escrito para la ocasión:

Leemos juntos, tú y yo.

Vemos que las letras forman palabras

y las palabras se convierten en libros

que estrechamos en nuestras manos.

Oímos susurros

y ríos bulliciosos en sus páginas,

osos que cantan

graciosas melodías a la luna.

Entramos en misteriosos castillos

y de nuestras manos suben hasta las nubes

árboles florecidos. Vemos niñas valientes que vuelan

y niños que atrapan las estrellas.

Leemos juntos, tú y yo, dando vueltas y vueltas,

recorriendo el mundo con la alegría en los libros.




                                        

sábado, 16 de marzo de 2013

¡Que vivan los finales abiertos!

Odio los finales cerrados y que me lo den todo hecho. Hay que dejar pensar al lector. La literatura no es mero entretenimiento. De esto va mi nuevo artículo en la revista digital El Tiramilla, "¡Que vivan los finales abiertos!".

http://eltiramilla.com/%c2%a1que-vivan-los-finales-abiertos/

lunes, 18 de febrero de 2013

CALOR DE HOGAR


Ayer, en la ceremonia de entrega de los Goya, hubo muchas palabras de agradecimiento, como todos los años. Pero de entre todas ellas me quedo con las de Pablo Berger, guionista y director de Blancanieves. Dijo que, por encima de todo, se sentía cuentista porque lo suyo era inventar historias y que eso, sin duda, venía de sus padres, a quienes recordaba contándole y leyéndole cuentos todas las noches. Qué bonito, ¿no? Y qué gran verdad, además. Somos lo que somos porque venimos de nuestros padres y de lo que sucedía en nuestra casa, en nuestra familia. Calor de hogar.
Ahora que ya casi no se pueden contar cuentos al amor de la lumbre, que casi no hay chimeneas –por lo menos, auténticas- que den calor a las casas, creo que gran parte de la responsabilidad de conseguir esa calidez ha recaído, más que nunca, en los libros… Cuando me invitan a una casa en la que no he estado nunca, me gusta fijarme en los detalles. Esos son los que definen a sus dueños. Y, sobre todo, en las estanterías donde reposan los libros. Pero huyo de las librerías que parecen pasarelas de moda, donde los libros se exhiben exclusivamente por su presencia, por sus colores. Prefiero, por encima de todo, los libros vividos, los libros compañeros, los libros queridos. Y para percibir eso no hay que echar más que un vistazo, tampoco falta indagar mucho más. Por lo menos hasta ahora.

Recientemente he visitado una casa nueva, por lo menos para mí. Aunque lleva inaugurada unos meses, yo no había tenido todavía la oportunidad de acercarme a conocerla. Se trata de la Casa del Lector, en Madrid, perteneciente a la Fundación Sánchez Ruipérez. Situada en dos naves del antiguo matadero, la verdad es que es bonita, grande, moderna y ¿acogedora? Pues… imagino que con el tiempo lo será. Sé que, como indica el membrete de su página web, es un Centro Internacional para la Investigación, el Desarrollo y la Innovación de la Lectura y, por tanto, no dudo de que en ella existan los libros digitalizados, lo que ocurre es que, claro, no se ven. Eso debe de ser, pero yo, que soy una sentimental, echo de menos su presencia física y esa casa, tan grande, de momento me parece fría. ¿Llegarán en tiempos de mayor bonanza los libros a ese hogar? Si no es así, tendré que reciclarme… Y, a partir de ahora, cada vez que vaya a las casas de mis amigos les pediré a sus dueños que me enseñen sus e-books, sus tablets, sus teléfonos inteligentes, sus ordenadores… Seguro que, si son sensatos y quieren lo mejor para sus hijos y para ellos mismos, todos esos aparatejos (el diminutivo no es despectivo, sino cariñoso) estarán llenos de calor de hogar.

domingo, 6 de enero de 2013

DECÁLOGO DEL LIBRO (© Marinella Terzi)



1 UN LIBRO NO LLEVA FECHA DE CADUCIDAD.

2 UN LIBRO NO MUERDE NI INOCULA ENFERMEDADES.

3 NO ES PRECISO QUE TODOS LEAMOS EL MISMO LIBRO AL MISMO TIEMPO (HAY MUCHOS TÍTULOS PARA ELEGIR).

4 BUSCA TUS LIBROS PREFERIDOS TÚ MISMO.

5 HABLA SOBRE LIBROS. RECOMIENDA TÍTULOS.

6 VE A LA BIBLIOTECA: REBUSCA, ENCUENTRA, LLÉVATE…

7 PRESTA A LA GENTE QUE QUIERES LOS LIBROS QUE TE GUSTARON.

8 DEVUELVE SIEMPRE LOS LIBROS QUE TE PRESTARON.

9 REGALA A LA GENTE QUE QUIERES LOS LIBROS QUE TE GUSTARON.

10 TEN SIEMPRE UN LIBRO EMPEZADO.



TU LIBRO, ESE LIBRO ESPECIAL, TE ESTÁ ESPERANDO. VE A BUSCARLO. QUE NADIE DECIDA POR TI.