miércoles, 16 de octubre de 2013

LOS PREMIOS LITERARIOS


A lo largo de los años he participado como jurado en varios premios literarios. Unos convocados por editoriales; otros, institucionales. Los primeros premiaban una obra. Los segundos, la trayectoria, la carrera de un escritor. Siempre he intentado ir preparada a los premios. En el primer caso, leyendo todos los originales que se presentaban –en ocasiones, varias veces- y preparando argumentaciones a favor de mi “seleccionado” y en contra de los que no me gustaban por si otro miembro del jurado se enamoraba de alguno de los que a mí no me parecían dignos de recibir el galardón. Es decir, obrando honestamente. Esa creo que es la única manera de acudir a una reunión así. Sobra decir que no siempre ha salido beneficiada mi primera opción, pero sí la segunda o la tercera. En ese sentido, no me puedo quejar. Nunca he pensado que el resultado era una aberración. Y, desde luego, nunca me he sentido mal porque había peleado por lo que yo defendía y mi conciencia, por tanto, estaba tranquila.

A mi modo de ver, ir preparada a los premios que eligen a un autor por toda su trayectoria es más difícil. En esos casos, debería ser obligatorio estar al corriente de toda su obra y, evidentemente, eso no siempre es factible. A pesar de ello, creo que mi nivel de conocimiento no anda mal del todo: me gusta estar al tanto de lo que se va publicando y, antes o después, voy leyendo libros de los distintos escritores. Es decir, intento estar al día. Sin embargo, me he dado cuenta de que no todos los miembros de esos jurados actúan de la misma manera y en ocasiones –demasiadas, diría yo- se guían por motivaciones ajenas a la literatura: la cantidad de lectores que tienen los autores candidatos, su presencia en los medios, la promoción que se les hace o que un premio vaya a ser más visible porque el premiado ha dejado de ser un “simple” autor y se ha convertido en un personaje mediático… No sé, no me gustan estas condiciones… Creo que tienen que ver muy poco con la literatura. A mi modo de ver, obrando así los premios se desacreditan.

Me gustaría que la gente, desde fuera, comprendiera que un jurado no es un ser compacto. Se compone de un número impar de personas, que piensan de distinta manera. Se argumenta, se pelea. Y, por fin, se vota, y sale un resultado por mayoría. Ojalá fuera siempre por unanimidad.

Hace unos días participé en una reunión así y, por primera vez en mi vida, triunfó una opción que no tenía nada que ver conmigo, con la forma que tengo yo de ver la literatura. Me sentí apenada, tristísima… Salí con un nudo en el estómago y todavía lo tengo. Sé que había una larga lista de autores que tenían todo el derecho del mundo a obtener ese premio, merecidamente. Mi conciencia está tranquila, sé que hice todo lo que pude, pero mi estómago sigue revuelto.

Por cierto, desde aquí quiero felicitar a César Mallorquí por su merecidísimo Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

2 comentarios:

  1. Lo de los premios es siempre muy complicado. Es difícil determinar qué hace la calidad de un libro (depende de nuestras concepciones estéticas y del grado de importancia que cada quien concede al tema, a la oportunidad, a la necesidad, a la pertinencia de tal forma o tal enfoque; en lo que no siempre es fácil llegar a un consenso), y en consecuencia es difícil que una mayoría (no tiene sentido esperar complacer a todos) se sientan satisfechos. Pero cuando además no se actúa con honradez, se carece de competencia o interfieren motivaciones extraliterarias, la cosa es ardua.
    Lamentablemente, creo que predominan las situaciones extraliterarias en la entrega de premios literarios desde que éstos se han convertido en formas de promoción del propio premio o de la entidad convocante, más que en formas de promoción de una obra o un autor. Cuando el más famoso premio de España galardona a un futuro premio Nobel, cuesta menos creer que el famosísimo autor se presentó realmente al premio, que sospechar que la editorial se ofreció el nombre famoso para atraer las miradas sobre el certamen y el libro que éste había de publicar con miras a grandes ventas. Hace mucho tiempo que el importe de los premios no son más que un adelanto de los derechos de autor, y en tal caso las editoriales convocantes hacen todo lo necesario para que la obra seleccionada sea altamente “vendible” (el famoso –y bastante secreto- “pre-jurado” que elige de las decenas de libros presentados el puñado que el jurado va a leer, se encarga de eliminar las opciones contrarias a esa rentabilidad de ventas. Ese pre-jurado lo forman empleados de las editoriales y no tienen mayor legitidad “democrática”, pero también suele ocurrir que entre los miembros del jurado oficial figuren personas de dudosa competencia.
    Nadie, o casi, se atreve a decir “İEl rey está desnudo!” porque teme lo acusen (o lo desautoricen) de envidia o frustración porque el premio no le tocó a él. Y como los que hablamos de literatura y premios somos casi siempre escritores, y por tanto candidatos reales o potenciales a recibirlos, tampoco queremos que si algún día nos premian, puede alguien decir que no lo merecimos.
    A todas éstas, hay premios merecidísimos. ¿Serán la excepción de la regla?

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  2. Tienes razón en todo lo que dices, Joel. Pero en LIJ sigo pensando que la mayoría de los premios son merecidos.

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