lunes, 11 de noviembre de 2013

LA CHISPA QUE PRENDE

Qué curiosa es la mente humana… En abril de 2012, a raíz de la aparición de mi novela juvenil Falsa naturaleza muerta, escribí (ver la entrada Largo recorrido de este mismo blog): “Soy incapaz de recordar cuándo nació la primera idea, y por qué… y dónde estaba yo en aquel momento. ¿Cómo nace un libro?”. Pues bien, hace unos días, en un colegio de Madrid, durante un encuentro con lectores de la novela, en 3º de Secundaria, tuve una revelación. Así, tal cual. Para ambientarnos, les proyecto distintas imágenes, sobre todo cuadros, porque el libro habla mucho de pintura. Y, de pronto, al aparecer en la pantalla Mimetismo de Remedios Varo, que tiene su importancia en el argumento de la obra, lo vi todo claro. Allí estaba esa mujer, sentada en su butaca, mirándome. Ella, su pasividad, era la semilla. Ni más ni menos. Me vi a mí misma en 2002, en México, entrando en el Museo de Arte Moderno de la ciudad casi por casualidad, sin más fin concreto que llenar unas horas libres. Llevaba una chaqueta azul, ahora lo sé, y recorrí salas y salas hasta llegar a las de Remedios Varo, una pintora española, surrealista, que hasta entonces –lo confieso- no conocía. Su mundo aparentemente mágico, aparentemente ingenuo, sugerente, triste, me impactó. Y entre todos sus tesoros, Mimetismo me dejó noqueada. Ese fue el principio de Falsa naturaleza muerta. Ahora, once años después, lo sé sin ni un ápice de duda. Si no hubiera viajado a México, si no hubiera entrado en el museo, si mis ojos se hubiesen quedado prendidos en otro cuadro, no en Mimetismo; si… Hoy no existiría Falsa naturaleza muerta, por lo menos no existiría como es ahora. Por eso, siempre lo digo en mis charlas, una de las claves para escribir es observar. Observar hasta que algo o alguien te impacte tanto, que se aposente en tu cerebro y un día, tal vez años y años después, salte y prenda la chispa. No hay más.

sábado, 2 de noviembre de 2013

EL LIBRO INVISIBLE*

X disfruta escribiendo. Siempre ha sido así, desde niño. Necesita expresar lo que bulle en su interior. Tiene ideas, es ingenioso, y sabe plasmarlas ante la pantalla del ordenador, y desarrollarlas, que es mucho más difícil. En el taller literario al que acude regularmente le dicen que trate de publicar sus cuentos, que pruebe por lo menos. Sus compañeros están convencidos de que tiene posibilidades. -Tus relatos son sorprendentes, mantienen la atención del lector de principio a fin. Cuántas veces leemos libros que terminan defraudándonos, y de autores consagrados, pero tus textos en cambio… X calla, no es muy hablador, pero en realidad lleva años enviando todas sus obras a distintas editoriales. Casi nunca ha recibido respuesta de ninguna y, si la ha recibido, ha sido en una carta tipo: “Lo sentimos pero su obra no encaja en ninguna de nuestras colecciones”. Sin embargo, X persevera y un día se produce el milagro. Y se produce, además, con una novela larga. En la editorial -pequeña, independiente y seria- un editor entusiasmado le dice que ha escrito un buen libro y que está dispuesto a publicárselo. X sueña con tener su primera obra entre las manos y, cuando la tiene un año después, no puede creer que sea la suya: a pesar de que es su nombre el que aparece en la cubierta, debajo del título, que increíblemente es también su título. Quince días después de la llegada de los ejemplares a su casa, X comienza a pasearse por las librerías de su ciudad. El editor le ha dicho que debe esperar dos semanas para que la novela esté distribuida por todo el país. X es prudente y se niega a hacer caso de esa imagen que, juguetona, se pasea por su cabeza: mesas de novedades cubiertas de pilas de su novela, manos que cogen ejemplares, pilas que decrecen y se reponen constantemente. No, él sabe que el mundo –por lo menos el literario- no funciona así. Sin embargo, su mente sigue jugando con él y no puede evitar esbozar una sonrisa de alegría contenida. Camina con paso más seguro y entra en la primera librería. Se trata de una librería grande, que pertenece a una cadena. Es primavera y la mesa de novedades está rebosante de libros: novelas de autores consagrados, mediáticos, escandinavos… Pero a él la vida no le ha dado todavía la oportunidad de ser consagrado –tal vez con el tiempo, aunque lo duda…-, ni tampoco es mediático porque se limita a trabajar en un ministerio y no despunta como cantante ni tiene gracia para contar chistes o sus líos de cama, si los tuviera, y desde luego no es escandinavo, eso lo sabe a ciencia cierta. El jarro de agua fría que ha congelado su sonrisa se endereza de nuevo y se queda suspendido en el aire cuando X descubre que en la mesa también hay novelas de escritores que no conoce. Los nombres de sus autores no son sonoros: apellidos normales, sin reminiscencias extranjeras, tan anodinos como el suyo. Sin embargo, tienen derecho a estar ahí, ¿por qué? Levanta los ejemplares y los estudia uno a uno, con detenimiento. Las cubiertas son brillantes, los diseños vistosos. Las ilustraciones muestran castillos derruidos, brumas, seres en sombras… Se da de narices con unas cuantas alas, que podrían ser de cisnes pero también de ángeles, y con mucho color rojo, rojo sangre. Comienza a leer los textos de algunas contracubiertas, de algunas solapas… Vaya, casi todas parecen novelas históricas con elementos fantásticos y mucho thriller. Es evidente que su novela no tiene nada que ver con esos temas. Es lógico que no esté allí. Y casi se alegra por haber escrito algo distinto, novedoso. X opta por acudir a otras librerías y en su largo peregrinaje pasa por grandes almacenes, por librerías/papelerías, por pequeñas tiendas de barrio y, finalmente, acude a una librería que conoce bien porque ya iba a ella de pequeño, con su madre. Sabe que es un negocio -¿negocio?- familiar por el que han pasado ya tres generaciones de libreros, todos ellos enamorados de su profesión y de los libros. Ahí, X, que hasta el momento no ha encontrado ni un solo ejemplar de su novela, se decide a preguntar, sin darse a conocer por supuesto. Al oír el título al librero se le ilumina la expresión y rápidamente lo lleva hasta una estantería donde, en la X de X, asoman los dos centímetros escasos del lomo de su obra. -Es una buena novela, se lo garantizo. La he leído, le gustará -dice tendiéndole el libro. X lo coge casi con respeto y no se atreve a responder que la conoce bien porque es su autor. Pero sí osa preguntar por qué no se halla entonces en la mesa si es novedad. El librero le mira interesado y le habla de que no hay sitio para ella en la mesa, de que a la mesa llegan tan solo unos pocos títulos de los ochenta mil que se publican cada año. -¿Qué hay que hacer para estar ahí entonces? -pregunta X sintiéndose infantil, ingenuo y ridículo, todo a un tiempo. -La gran mayoría de la gente que entra en la librería demanda títulos que están ahí. Van y los cogen sin problemas. Vienen a tiro hecho, a buscar el libro del que han oído hablar en la tele o en la radio, o el que les ha recomendado un conocido. Y siempre son los mismos, esos, los de moda. “Los de moda, los de temporada… como la ropa”. -Este mundo globalizado, ya sabe… -acaba sentenciando el librero-. Las editoriales promocionan solo unos determinados títulos, los que para ellos tienen más posibilidades de alcanzar buenas ventas, posiblemente porque son los más convencionales o los más fáciles. Oímos hablar tanto de ellos que todos acabamos comprándolos. Es una venta segura, y por eso están ahí. Pero hágame caso, llévese este. No le va a defraudar. X acepta. ¿Cómo decir que no a un librero tan amable? Y sale de la librería con su libro envuelto en papel gris. En casa desenvuelve el libro y lo pone junto a los otros quince que tiene en la caja de cartón que le envió la editorial. Quizá el librero le eche un cable y vuelva a reponerlo en la estantería, quién sabe. Tal como están las cosas, no pide más. Luego, empieza a hacer una lista de los amigos a los que regalarle la novela. Encontrar a tantos amigos lectores no es sencillo, no señor. La historia de X está basada en hechos reales y se asemeja mucho a la tuya y a la mía, y a la de la gran mayoría de los escritores que no son ni consagrados, ni mediáticos ni escandinavos. Pero X, y todos nosotros, a pesar de los avatares del destino, somos optimistas por naturaleza, o será que creemos mucho en la belleza de esta profesión… y, por eso, queremos pensar que la red ha venido en nuestra ayuda al transformarse en una enorme ventana a la que asomar nuestras obras, las de todos, para que los navegantes logren descubrirlas por medio de la lente de sus catalejos, las saquen de la invisibilidad y les den la oportunidad que se merecen. ¿Será así? Ojalá. Por X, por nosotros y por la literatura... *Artículo publicado en la revista EL TIRAMILLA,ya desaparecida