sábado, 29 de marzo de 2014

ESCRIBIR UNA SEGUNDA PARTE

Tengo nuevo libro a punto de ver la luz. Como siempre, lo espero con ganas y con curiosidad. Porque entre otras cosas, este libro me sorprende a mí misma. Mira que llevo toda la vida diciendo que no iba a escribir segundas partes… Sin embargo, lo he hecho: he escrito una segunda parte. Así que entono el mea culpa y me prometo no decir nunca más “de esta agua no beberé”. De todas formas, este es el riesgo de dejar siempre los finales abiertos. Si se queda mucho en el tintero, a veces a uno le dan ganas de seguir tirando del hilo, ¿o no es así? Y más aún, si hablas del primer libro en colegios y colegios, y alumnos y alumnos te preguntan durante años y años: ¿y ahora qué? Sí, ¿ahora qué? Hace más de diez años que publiqué el primer título: “¿De vacaciones en México?”. Y estuve tiempo y tiempo dándole vueltas a la pregunta de los chicos, negándome a desvelar qué ocurriría después con los protagonistas. La vida lo diría, yo no sabía más. Pero, de pronto, una mañana me di cuenta de mi error. La vida no iba a decir nada porque Leti y Daniel son personajes de ficción, y en su caso soy yo quien decide, no la vida… Así que ¿por qué no otorgarles una nueva oportunidad de caminar por el mundo un trecho más? Vaya… la cosa empezaba a interesarme; más aún, a motivarme. De repente, lo veía como un reto, como un experimento. Me entraron unas ganas locas de ponerme ante el papel. Y esas ganas no se pueden dejar pasar; no se logra todos los días tener la actitud adecuada. Pues, ¡a escribir una segunda parte! No había más que hablar. ¿Sería capaz de conjurar el dicho de “segundas partes nunca son buenas”? Así nació “¿De vacaciones en Madrid?”. Y curiosamente lo hizo con alegría, sin ningún tipo de pesar, sin problemas ni durante el embarazo ni en el parto. Salió deprisa, salió sano y hoy me siento muy a gusto con él. Pero eso sí, he atajado toda posibilidad de una nueva entrega. Y ahora sí que no hay vuelta atrás. Imposible, ni un cabo suelto. Me niego a alargar la historia como un chicle. Eso sería una trampa para los lectores y, todavía más, para mí misma. Creo…

viernes, 7 de marzo de 2014

¿QUIÉN ME ENSEÑÓ A LEER Y A ESCRIBIR?

A raíz de la muerte de Anna María Moix, he sabido que ella siempre le preguntaba a las personas que le interesaban quién les había enseñado a leer y escribir. Realmente es una pregunta importante y, sin embargo, hasta ahora nunca le había prestado la mínima atención. ¿Quién me enseñó a leer y a escribir a mí? ¿Quién me dio la llave que abre la puerta de tantos misterios, tantas alegrías, del disfrute, del aprendizaje, de la reflexión? Alguien importantísimo en mi vida, alguien a quien debería tener en un pedestal…. Pues, a pesar de eso, no tengo ni la más absoluta idea de quién fue. No lo sé, y ahora me da vergüenza que sea así, y me parece increíble que no haya dejado la más mínima huella en mi cerebro. ¿Cómo es posible? No fueron ni mi padre ni mi madre. Ellos alimentaron luego mis lecturas, eso sí. Pero no, no me enseñaron a leer y a escribir. Sin duda, fue una maestra. Pero ¿quién? ¿Cuál era su nombre? ¿Cuál su rostro? Ahora, tantos años después y gracias a esa pregunta de Anna María Moix que se ha incrustado en mi corazón, sé que voy a estarle eternamente agradecida a esa maestra. Debo estárselo, ¡cómo no! Sin embargo, pensándolo bien, esta falta de memoria mía quizá tenga una explicación lógica que me exculpe, que pueda perdonar mi aparente ingratitud. ¿Aprender a leer y a escribir fue algo tan natural como aprender a hablar o a comer? ¿Por eso no ha dejado ningún poso, ningún recuerdo vago que me permita evocar tiempo después? Será eso, sí; por lo menos, eso quiero creer. Algo que creció conmigo, que se hizo presente con discreción, sin alharacas. Esa mujer –porque intuyo que fue una mujer- grabó la escritura y la lectura en mí jugando, con alegría, sin dolor. Sí, eso tuvo que ser. Ambas se metieron en mí como lo hizo el mar, que tampoco he sabido nunca cuando vi por vez primera. Y sería tan bonito poder decir ahora “la primera vez que vi el mar…”, “la primera vez que descubrí palabras tras aquellos extraños signos…”. Pero no, no voy a mentir: no sé quién fue la persona que me concedió la herramienta clave de mi vida. Lo siento y le doy las gracias con muchos años de retraso. Si pudiera dar marcha atrás, prometo que prestaría mucho más atención.