lunes, 11 de agosto de 2014

LA VOZ DE ÁLVARO POMBO

Lecturas de verano que hacen pensar. Acabo de terminar “La transformación de Johanna Sansíleri” de Álvaro Pombo. Por argumento sería un libro más, pero por su autor no lo es, claro. A Johanna se le muere Augusto -su marido desde hace décadas- y es entonces cuando ella se entera de que él tenía una doble vida: otra mujer, otra familia. Es un tema ya empleado en otras ocasiones, pero el libro es distinto por la personalidad de sus protagonistas, por su forma de pensar, por sus reflexiones. Por las voces interiores de todos ellos… Aunque lo verdaderamente curioso, lo que me llama poderosamente la atención es justo lo contrario: su falta de personalidad. En fin, veamos si me explico. Los personajes que más me interesan son tres: Johanna, por un lado, y Monina y Alexis por otro; esto es, la amante y el hijo, respectivamente. Pues bien, me atrevería a decir que los tres tienen una única personalidad, una misma manera de pensar, de razonar, incluso de hablar: la del propio Álvaro Pombo. Johanna es Pombo, Monina es Pombo; Alexis, a sus veinte años escasos, es más Pombo que nadie. Cuando leo, leo para disfrutar, desde luego, pero también leo para aprender. Con cada nueva novela que escribo intento perfilar más los personajes, imbuirlos de una personalidad propia, hacer que actúen según sus distintas maneras de ser; en definitiva, hacerlos en todo momento consecuentes consigo mismos. Me dice el corazón –y las técnicas literarias- que deben seguir una trayectoria, que deben emplear determinados modismos en su lenguaje: cada uno los suyos, distintos de los de los demás… Sin embargo, en esta obra hay una gran personalidad, la de Álvaro Pombo, y una única forma de hablar, exclusivamente una: la de Álvaro Pombo. Todos son reflexivos, todos le dan cien mil vueltas a las cosas, todos son instruidos –muy leídos, muy filósofos y muy religiosos- y, también, unos profundos cotillas. Todos hablan como libros abiertos y al mismo tiempo tienen un lenguaje de lo más coloquial, que les hace olvidar el orden lógico de la frase a cada momento, aquello del “sujeto-verbo-predicado”. ¿Pretendo enmendarle la plana a todo un señor académico? Ni se me pasa por la imaginación, Dios me libre. Yo seguiré tratando de dotar a mis personajes con personalidades propias mientras camuflo la mía a trocitos entre todos ellos. Y seguiré leyendo los libros de Pombo para disfrutar con su palabrería; para verlo a él, pletórico, completo, en cada personaje, en cada palabra. Como veo a Picasso en cada uno de sus cuadros, sea de la época rosa o cubista. Por algo son artistas consagrados, que se han ganado a base de años y de obra su derecho a tomarse el mundo por montera y hacer lo que les venga en gana.